Hace muchos años que nací en Camagüey, calle del Cristo # 24 (en aquella época) después cambiaron el número para el 109 y de allí mismo partí para este largo exilio el 6 de mayo de 1967. Fue uno del días más amargos de mi vida.
Vine con mi esposo, Orlando Lastre, con mis tres hijos: Orlando, Eduardo y Bertha Isabel. Años después adoptamos aquí otra niña, Jennifer.
Estudié en el Colegio Teresiano toda mi vida, hasta graduarme de Bachillerato. Después pasé a a mi querida Universidad de La Habana y me gradué en Filosofía y Letras.
Aquí en Estados Unidos volví a estudiar en la Universidad de Georgetown y obtuve una Maestría en Ciencias.
Tengo ya diez nietos. El mayor, Michael, cumplirá 27 años el día 23 de este mes (abril). El más pequeño acaba de nacer el pasado día 22 de marzo, hoy precisamente cumple dos semanas, se llama Colin Patrick Cunningham. Son 8 varones y sólo dos niñas.
Este es un desfiladero que corta transversalmente a la Sierra de Cubitas; solo es superado en extensión por el de los Paredones. Hace más de un siglo era casi desconocido, ya que para dirigirse a la costa se prefería el camino de los Paredones para llegar a la Gloria, Guanaja y Puerto Piloto.
Cuando estalló la guerra de 1868 y los camagüeyanos se alzaron en Las Clavellinas, los españoles enviaron una fuerza regular de infantería, al mando del general Lesca para que reforzara la guarnición. Desembarcan en la costa y avanzan hacia Camagüey y para evitar ser atacado por el camino más conocido decidió el General utilizar el camino menos conocido.
No sabemos como los mambises fueron alertados del cambio, pero pudieron preparar una emboscada en el desfiladero. Apenas el grueso de la columna española estuvo en el centro abrieron fuego y tras la sorpresa inicial se entabló un rudo combate que duró varias horas. Lesca pudo recuperarse y reorganizar su columna, debido a la inexperiencia de los mambises (casi todos combatían por primera vez) y se abrió paso hacia la sabana, después de una gran cantidad de bajas.
En aquel entonces existían en la zona algunas grutas y furnias y para aligerar la marcha se decidió arrojar en ellas a los muertos y probablemente a los heridos más graves. Desde entonces este camino se ha conocido con el nombre de PASO DE LESCA.
Cuenta la leyenda que aun después de muchos años se escuchaban gritos y quejas que parecían salir de debajo de la tierra. Los campesinos evitaban pasar por el lugar, convencidos de que eran las quejas de los soldados enterrados allí tras el abandono de su jefe.
Cuando el camino fue reconstruido se rellenaron las cuevas y nadie se atrevió a bajar para comprobar si en realidad había restos humanos. Hoy la leyenda es casi desconocida y para que perviva entre muchas más me es grato reproducirla en esta página.
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